Apuntes de Teología: La misión de la Iglesia y la suerte del hombre
La mirada a
la situación del hombre en el mundo contemporáneo nos hace dirigir aun mas
nuestros pensamientos y nuestros corazones a Jesucristo, hacia el misterio de
la redención, donde el problema está inscrito con una fuerza especial de verdad
y amor.
La Iglesia,
penetrando en lo íntimo de este misterio, en su lenguaje rico y universal, vive
también más profundamente la propia naturaleza y misión. El Cuerpo de Cristo es
la Iglesia, y este cuerpo místico es Pueblo de Dios, entonces todo hombre está
penetrado de aquel soplo de vida que proviene de Cristo, así, el fijarse en el
hombre, en sus problemas reales, en sus esperanzas y sufrimientos, conquistas y
caídas, hace que la Iglesia misma como cuerpo, como organismo, como unidad
social perciba los mismos impulsos divinos, las luces y las fuerzas del
Espíritu que provienen de Cristo crucificado y resucitado, y así es como ella
vive su vida. La Iglesia no tiene otra vida fuera de aquella que le da su
Esposo y Señor. Precisamente porque Cristo en su ministerio de Redención se ha
unido a ella, la Iglesia debe estar frecuentemente unida con todo hombre.
En Jesucristo
crucificado, depositado en el sepulcro y después resucitado, “brilla para
nosotros la esperanza de la feliz resurrección…, la promesa de la futura
inmortalidad” hacia la cual el hombre, a través, de la muerte del cuerpo, va
compartiendo con todo lo creado visible esta necesidad a la que está sujeta la
materia.
La Iglesia es “sacramento” o signo e instrumento
de la íntima unión con Dios y de unidad de todo el género humano.
La Iglesia
responsable de la verdad.
La Iglesia se
presenta ante nosotros como sujeto social de la responsabilidad de la verdad
divina.
Hemos sido
hechos participes de esta misión de Cristo, profeta, y en virtud de la misma
misión, junto con Él servimos la verdad divina en la Iglesia. La
responsabilidad de esta verdad significa también amarla y buscar su compresión
mas exacta, para hacerla más cercana a nosotros mismos y a los demás en toda su
fuerza salvífica, en su esplendor, en su profundidad y sencillez juntamente.
Redenptor Hominis, San Juan Pablo II
Apuntes de clases de teología
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