Apuntes de Teología: Libro Sapiencial: Eclesiástico o Sirácides


ECLESIÁSTICO O SIRÁCIDES
El nombre “Eclesiástico” expresa el uso continuo que se le daba en las asambleas cultuales de los primeros siglos cristianos. El titulo original hebreo es “Las palabras de Simeón Ben Sirá”; de ahí viene el otro nombre que se le da al libro “Sirácides”.
Es el único libro del Antiguo Testamento que lleva firma de su autor: Jesús, hijo de Eleazar, hijo de Sirac. Sirac fue escriba y maestro, hombre culto y acomodado. El libro fue escrito alrededor de los años 180-170 a.C., en hebreo. El nieto de Sirac lo tradujo en griego.
Características literarias:
·         El estilo es repetitivo, pero es capaz de mitigar la monotonía de la versificación moralizante con la combinación de lo lirico y lo didáctico.
·         Uso del aforismo proverbial o devocional.
·         Se ha notado el influjo de la civilización griega, sobre todo, a la hora de invitar a la virtud y a los valores humanos.
División y contenido temático:
El tema es claro: cómo tener una conducta moral y correcta, en las diversas circunstancias de la vida personal, familiar y social.
·         1-42: elogio de la sabiduría.
·         43-51: sabia actuación de YHVH a través de los grandes personajes del Antiguo Testamento.
Contenido teológico espiritual:
Fin del libro: enseñar la sabiduría, es decir, las reglas para hallar la felicidad en la vida de amistad con Dios. De ahí que se le ha llamado “tratado de ética a lo divino”, es decir, expuesto no en forma sistemática y racional, sino con esa pedagogía sobrenatural que San Pablo llama “mostrar el espíritu y la virtud” de Dios (1Cor 2,4), siendo de notar que la palabra “moral” (del latín mores: costumbres), tan usada posteriormente, no figura en la Sagrada Escritura. Para ilustrar su doctrina, recorre finalmente el autor en los capítulos 44-50 la historia del pueblo escogido, presentándonos con elogio los varones sabios y justos desde Abraham hasta Simón, hijo de Onías. Termina con una oración y una maravillosa exhortación para que aprendan y aprovechan de la sabiduría que a todos se brinda gratuitamente para saciar la sed del corazón.
·         Dios: el autor, Ben Sirá, recalca el monoteísmo: el Señor es el único y solo Dios. De él procede el bien; el destino del hombre está en sus manos. Dios es justo e imparcial: a los buenos les da cosas buenas; a los malos, malas (Eclo 39,25). Ben Sirá enseña que esta justa retribución opera en el más acá, pues no cree, a simple vista, en un mas allá. Es un Dios que todavía no se abre al universalismo de la salvación, como quedó evidenciado en el profeta Jonás.
·         Hombre: es un ser libre y adquiere la sabiduría mediante el esfuerzo. Puede elegir entre el bien y el mal; de ahí que la responsabilidad de cara al mal no puede ser atribuida a Dios. Este hombre lleva en sí el pesimismo y el optimismo. Por una parte, el pesimismo, pues fue creado del polvo y al polvo ha de volver (Eclo 3,10; 17,1; 40,11); su vida es breve e inevitablemente termina en la triste existencia, en el Seol. Por otra parte, el optimismo, pues el hombre fue hecho a imagen de Dios; y a él se le concedió el dominio sobre los animales y aves (Eclo 17,3-4); fue equipado de inteligencia y destreza (Eclo 17,7; 38,6).
Eclesiástico, también denominado Sirá o Sirac, no aparece en la Biblia hebrea, y los protestantes lo incluyen entre los apócrifos. Conocido también como “La Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá”. El libro fue escrito por Jesús, hijo de Sirá (hebreo, Yeshuá ben Shirá). Se cree que el autor era un erudito que enseñaba la ley divina en una academia de Jerusalén. Es el único autor de un libro apócrifo que ha sido asignado su propio nombre a su obra (50,30). Hacia el 130 a.C., se realizó una traducción griega del original hebreo por una persona que sostiene, en un prologo añadido (y desde entonces, parte del libro) ser nieto del autor. Debido a la gran popularidad que adquirió el libro traducido más tarde a otros varios idiomas. Sin embargo, el texto griego es el único que ha sobrevivido integro.
Eclesiástico consta sobre todo de una serie de máximas con escasa relación entre sí y otros refranes de naturaleza proverbial, de manera similar al libro de Proverbios. En sus capítulos, el autor explica como conducirse sabiamente en todos los aspectos de la vida. Identifica la sabiduría con la ley divina (24,23), aunque sus consejos se centran más en la ética que en la revelación. Además de sus numerosas y diversas instrucciones, Eclesiástico contiene varios poemas largos que alaban la sabiduría (1,1-20; 24,1-22), glorifican a Dios y a sus maravillosas obras (42,15-43,33) y elogian a los venerables patriarcas y profetas de Israel (capítulos del 44 al 49). Digno de destacar es el capitulo 24, que presenta a la Sabiduría hablando, en primera persona, como deidad. Los primeros escritores cristianos lo consideran una anticipación o augurio del Logos (Verbo o Palabra de Dios), mencionado en el primer capítulo del Evangelio según san Juan. El Eclesiástico forma parte de la literatura sapiencial del Antiguo Testamento, dentro de la que se incluyen lo libros Eclesiastés, Job y Proverbios. Algunos especialistas lo consideran la muestra mas descollante de este genero literario y como primer ejemplo del pensamiento judío desarrollado en épocas posteriores por las escuelas farisea y saducea.
Aunque tenido en alta estima por los antiguos comentaristas judíos, que solían citarlo con frecuencia, Eclesiástico fue excluido del canon hebreo. Los rabinos que cerraron el canon consideraron que el periodo de inspiración divina había terminado poco después de la época del sacerdote y reformador Esdras (V-IV a.C.). Por lo tanto, Eclesiástico, que fue escrito mucho tiempo después de los tiempos de Esdras, no puede haber sido inspirado por la divinidad. Sin embargo, los primeros cristianos lo aceptaron junto con varios otros libros considerados espurios por los judíos. Desde entonces, tanto la Iglesia ortodoxa como la católica lo incluyen en su canon, mientras que los protestantes, siguiendo a Martin Lutero, lo incluyen entre los apócrifos.
El nombre de este libro: “el Eclesiástico”, es debido al constante uso de que él se hacia en la Iglesia, especialmente en la instrucción del pueblo y de los catecúmenos que iban a ser bautizados. Basta, pues este nombre para mostrarnos el aprecio que la Iglesia tenia de su utilidad como arsenal de doctrina y de piedad; y para darnos idea de lo familiarizados que estaban los fieles en los tiempos de fe, con el conocimiento de este divino tesoro de sabiduría.
El autor se sirvió de la lengua hebrea, de la cual fue traducido al griego, en Egipto, por su nieto, que llevaba el mismo nombre que el abuelo. La tradición se emprendió en el año 38 del rey Ptolomeo Evergetes II, es decir, en 132 a.C.
El libro no está compuesto según un plan lógico, por lo cual su división no puede hacerse rigurosamente. Ello, no obstante, se señala aproximadamente como útil orientación para el lector, las diez secciones que propone Peters:
1.      1,1-4,11: elogio de la Sabiduría; deberes para con Dios, para con los padres, para con el prójimo, para con los pobres y oprimidos.
2.      4,12-6,17: Ventajas de la sabiduría; prudencia y sinceridad en el obrar. La amistad.
3.      6,18-14,21: Ventajas de la sabiduría. Contra la ambición. Reglas de conducta acerca de varias categorías de hombres. Confianza en Dios. Hombres de los que hay que desconfiar. Contra la avaricia.
4.      14,22-16,23: frutos de la sabiduría. El pecado y su castigo.
5.      16,24-23,38: himno al Creador. Templanza en el hablar y disciplina de la lengua. Diferencia entre le necio y el sabio.
6.      24,1-33,19: himno a la sabiduría. Las mujeres. Honestidad en los negocios. Educación de los hijos. salud y templanza. El temor de Dios.
7.      33,20-36,19: los esclavos. La superstición. Culto falso y verdadero. Oración por la salvación de Israel.
8.      36,20-39,15: elección de los mejores. Templanza. Relaciones con el médico. Culto de los muertos. Estudio de la sabiduría.
9.      39,16-43,37: la divina providencia. La vida humana, sus penas y alegrías. Castigos de los impíos. Verdadera y falsa vergüenza. Himno a Dios creador.
10.  44,1-50,23: elogio de los padres.
Sigue un apéndice que comprende dos partes:
a)      La oración de gratitud del autor: 51,1-17.
b)      Un poema alfabético de invitación a la busca de la sabiduría: 51,18-38.
No hay palabras con qué expresar el bien que pueden hacernos, para la prosperidad de nuestra vida, estas enseñanzas cuya inspirada omnisciencia prevé todos los casos y resuelve todas las dificultades que nos pueden ocurrir.
Junto a estos libros sapienciales, palidece y aparece superficial y a menudo vacía y falsa toda la psicología de los moralistas clásicos, griegos y romanos. Con respecto a las características propias de cada uno de estos santos libros, conviene ver las introducciones a los Proverbios, al Eclesiastés y a la Sabiduría. En el presente libro se nos dan gratuitamente consejos que pagaríamos a peso de oro si vinieran de un maestro famoso.
El sabio va escrutando, como en un laboratorio, todos los problemas de la vida humana, y ofreciéndonos su solución. ¿Puede haber favor más grande? Porque no se trata de esas soluciones de la pura razón, o de la ciencia positiva, que cada época y cada autor han ido proponiendo, o imponiendo orgullosamente, como definitivas conquistas de la filosofía… hasta que llegaba otro que las destruyese y las negase para proclamar las suyas, tan relativas o deleznables como aquellas.
No; el laboratorio del moralista que aquí nos alecciona, está iluminado por un foco nuevo. Los pensadores de hoy lo llamarían intuición. Para los felices creyentes (Lc 1,45) hay un nombre más claro, un nombre divino: el Espíritu Santo, “qui locutus est per Prophetas” (que habló por los profetas).
La intuición, que ahora se propone como fuga ante el fracaso del racionalismo ¿Qué es, ¿qué puede ser, sino un modo disimulado de admitir que Dios obra en nosotros, por encima de nosotros y sin necesidad de nosotros, así como no nos necesitó para crearnos? ¿o acaso esa intuición -reconocida superior al raciocinio porque éste muchas veces es falaz y deformado por las pasiones- no sería sino un instinto puramente humano y biológico? En tal caso, habremos de reconocer a los animales como los modelos del hombre en sabiduría… (y a fe que podrían ser nuestros maestros en cuanto se refiere a la ordenación de sus apetitos, que en el hombre están en rebeldía). Si nuestro ideal en cuanto a espíritu se contenta con tal instinto de intuición es que los “post-cristianos” de hoy están muy por debajo de la intuición del pagano Sócrates que al menos reconocía en su interior el soplo de un “demonio” (en griego: espíritu), como agente de sus inspiraciones.
En vano David nos lo advertía hace “tres mil” años, hablando por su boca el mismo Dios: “Yo te daré la inteligencia. Yo te enseñaré el camino que debes seguir… no queráis haceros semejantes al caballo y al mulo, los cuales no tienen entendimiento” (Sal 31,8s). en vano, decimos, porque los hombres no aceptaron ese magisterio de nuestro Creador, y prefirieron el de las bestias, como lo expresa también otro Salmo de los hijos de Coré diciendo “el hombre, constituido en honor, no lo entendió. Se ha igualado a los insensatos jumentos (burros) y se ha hecho como uno de ellos” (Sal 48,13.21).
Estas reflexiones pueden servirnos como claroscuro para apreciar mejor, frente a nuestra triste indigencia propia, el tesoro de verdad, de enseñanzas, de soluciones infalibles, que la bondad de nuestro Padre Dios pone en nuestras manos con este libro, tan poco leído y meditado en los tiempos modernos. Agreguemos que esta sabiduría practica del Eclesiástico, no es como un tónico o néctar de excepción, reservado sólo para los que aspiran a lo exquisito. Es un alimento cotidiano, al que hemos de recurrir sistemáticamente los que vivimos “en este siglo malo” (Gál 1,4), los que creemos que San Juan no miente al decir que “el mundo todo está poseído por el maligno” (1Jn 5,19). Jesús confirma esto en forma tremendamente absoluta, diciendo que este Espíritu Santo, que “enseña toda verdad” (Jn 16,13) porque es “el Espíritu de la Verdad, …el mundo no lo puede recibir porque no lo ve, ni lo conoce” (Jn 14,17).
Siendo el Eclesiástico uno de los libros deuterocanónicos, nos hemos servido del texto (corregido) de nuestra edición de la Vulgata, añadiendo en las notas las variantes más importantes del griego y el hebreo.
El Prólogo del traductor griego:
Este no forma parte del libro inspirado, sino que fue compuesto y añadido por el traductor. Es de notar la observación de este sobre lo difícil que es traducir con exactitud los libros santos. De ahí la gran conveniencia de recurrir a los textos originales, según lo señala Pío XII en la magistral Encíclica “Divino Afflante Spiritu” del 30 de septiembre de 1944. El rey Ptolomeo Evergetes es el segundo de este nombre que reinó de 145 a 117 a.C. (con su padre ya desde 170).
Muchas y grandes cosas se nos han enseñado en la Ley, y por medio de los Profetas, y de otros que vinieron después de ellos; de donde con razón merecen ser alabados los israelitas por su erudición y doctrina; puesto que no solamente los mismos que escribieron estos discursos hubieron de ser muy instruidos, sino que también los extranjeros pueden, asimismo, llegar a ser muy hábiles, tanto para hablar como para escribir. De aquí es que mi abuelo Jesús, después de haberse aplicado con el mayor empeño a la lectura de la Ley y de los Profetas, y de otros libros que nos dejaron nuestros padres, quiso él también escribir algo de estas cosas tocantes a la doctrina y la sabiduría, a fin de que los deseosos de aprender, bien instruidos en ellas, atendían más y más a su deber, y se mantengan firmes en vivir conforme a la ley.
Os exhorto, pues, a que acudías con benevolencia, y con el más atento estudio, a emprender esta lectura, y que nos perdonáis si algunas veces os pareciere que al copiar este retrato de la sacudiría, flaqueamos en la composición de las palabras; porque las palabras hebreas pierden mucho de su fuerza trasladadas a otra lengua. Ni es sólo este libro, sino que la misma Ley y los Profetas, y el contexto de los demás libros son no poco diferentes de cuando se anuncian en su lengua original.
Después de que yo llegué a Egipto en el año treinta y ocho del reinado del rey Ptolomeo Evergetes, habiéndome detenido allí mucho tiempo, encontré los libros que se habían dejado, de no poca ni despreciable doctrina. Por lo cual juzgue útil y necesario emplear mi diligencia y trabajo en traducir este libro, y así en todo aquel espacio de tiempo, empleé muchas vigilias y no pequeño estudio en concluir y dar luz a este libro, para utilidad de aquellos que desean aplicarse y aprender de qué manera deben arreglar sus costumbres los que se han propuesto vivir según la Ley del Señor.

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