Apuntes de Teología: Vida Etrerna

Vida Eterna

Las profesiones de fe de la Iglesia concluyen con una frase, que juntamente con el “amén” final, ha recibido de todos los compositores de los siglos cristianos un tratamiento y desarrollo triunfal. Una formulación que, frente a todo entusiasmo o rigidez, expresa claramente el dinamismo de la Eternidad de Dios: “Creo … en la vida del mundo futuro”. Se trata de una certeza del futuro, no basada en una investigación sobre él, sino en la esperanza de él.

La respuesta de la fe cristiana resulta a estas alturas, inquietudes, hombre y mundo están destinados a su consumación, tal cual les vendrá de Dios mismo. Y en la vida del mundo futuro: únicamente desde ahí cobran un sentido ultimo la vida del hombre y la historia de la humanidad.

La respuesta y la pregunta por el sentido último no la puede dar la ciencia natural, sino únicamente una confianza de todo razonable.
Se trata mas allá de todas las categorías y representaciones, del verdadero, único y omnipotente gran misterio de la realidad, ese singular misterio en sentido estricto, tremendo y fascinante que no cabe concebir en ningún concepto, ni expresar en ningún enunciado, ni fijar en ninguna definición; que abarca toda nuestra realidad sin desvanecerse en ella. ¡Se trata del mismo Dios, el indecible, incomprensible, insondable Dios! Solo en la medida en que tienen que ver con este gran Alfa y Omega, pueden el fin y el centro y -mas que nada- el principio del mundo y del hombre merecer la consideración de misterio, de objeto de la “mística”. Y así también mi decisión, puesto que el tomarla llego a tocar este único misterio, jamás será una decisión de mi yo todo, de mi persona, una aventura de fe, análoga a la del amor.

Vida eterna no es un retorno a esta vida espacio-temporal. La Resurrección de Jesús tampoco puede confundirse con esas resurrecciones de muertos que en la literatura antigua se cuentan esporádicamente de taumaturgos ni con los hechos por el propio Jesús (la hija de Jairo Mt 5,21; la joven de Naín Lc 7,11-17; Lázaro Jn 11). Prescindiendo de la credibilidad histórica de tales relatos legendarios, la reanimación transitoria de un cadáver nada tiene que ver con la resurrección de Jesús.
Jesús no ha vuelto simplemente a la vida biológico-terrena para morir otra vez, como otros despertados de la muerte. El Resucitado ha traspasado definitivamente esa última frontera distinta, “celestial” en la vida de Dios.

La vida eterna no es una continuación de esta vida espacio-temporal, indica más bien una vida nueva que rompe las categorías del espacio y del tiempo y el desarrolla en el ámbito invisible, imperecedero, incompresible de Dios. No es simplemente “nuevo” un nuevo hombre y un nuevo mundo.

La vida eterna es una asunción en la realidad último-primera absoluta hemos de ver la resurrección y la elevación como un solo e idéntico acontecimiento y como un acontecimiento que en el inescrutable secreto de Dios está relacionado con la muerte.

La resurrección entrama una radicalización de la fe en Dios, creer en la resurrección no significa creer en ciertas curiosidades inverificables y, muchísimo menos, tener que creer -aparte la fe en Dios- todavía en algo “más”.

Quien cree seriamente en el Dios eternamente vivo, en el Dios viviente eterno, cree asimismo en la vida eterna de Dios y también en la propia vida eterna, en la vida eterna del hombre.

En la muerte se le brinda al hombre, al hombre entero e indiviso, un nuevo y eterno futuro: no un futuro en nuestro espacio y nuestro tiempo “aquí y ahora”, en el “mas allá”. Tampoco un futuro en un espacio y un tiempo distintos en el “otro lado” o “allá arriba”, “fuera de este mundo” o “…por encima” de él, en el “más allá”, sino un futuro nuevo, completamente distinto; no una intervención arbitraria contra las leyes de la naturaleza, sino una acogida en ese mismo punto que en la naturaleza, siguiendo sus propias leyes, ha llegado a su fin.


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