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EVANGELIZACION Y NOCHE DE SANTIDAD


¡LA SANTIDAD GANA!

La aventura de la santidad comienza con un “sí” a Dios
(San Juan Pablo II)

Jesús de Nazaret nos llama a una vida en santidad, santos con la santidad del Padre, en nuestro caminar por este mundo debemos dar pasos firmes por el camino que ya él nos ha mostrado en su Evangelio, viviendo como testigos de la verdad con la mirada fija en la vida eterna.

¡Ser santos! Se dice fácil, pero ¿Quién dijo que no es posible?, el Señor también ha pasado por la orilla de nuestro lago, y nos ha invitado a ser sus pescadores, nosotros hemos tomado la decisión de seguir sus huellas, y con nuestras barcas entrar en otros lagos, en otros mares, aun cuando las aguas estén turbias, y lanzar nuestras redes, para en ellas traer a nuestra barca a tantos que “navegan” por el mar de la soledad, de la angustia, de la pobreza, de la desilusión, de la muerte.

El Señor nos ha traído a su barca y nos ha hecho sus pescadores, nosotros queremos cumplir con fidelidad nuestra tarea, queremos ser los instrumentos para pescar, atraer, caminar, navegar, y que sea Dios quien transforme cada corazón de piedra en un corazón de carne.

¡Ser santo! Qué bonito decirlo, pero no es algo que se compra en el supermercado, o en la tienda deportiva, o en la zapatería. El Señor nos ha llamado a buscar la santidad, nos invita a que seamos santos como lo es el Padre del cielo, el Padre de la Misericordia. Que nuestro anhelo sea, ser santos, que nuestra plegaria sea “Señor, quiero ser santo como santo es nuestro Padre”, y hablando el idioma de la fe, el Señor nos da la gracia de iniciar el camino, de dar cada paso movidos por el Espíritu Santo. Que cada uno, sin exclusión, llamados a la santidad de vida, sigamos las huellas de Jesús.
¡Santos, ser santos! Parece cosa de locos, o de escogidos, o solo de unos pocos, pero si nos ponemos a sacar cuentas, son incontables los hombres y mujeres de todas las edades y de todos los lugares que han caminado por la senda que Jesús nos ha dejado trazada. Cuantos de nosotros no tiene algún testigo de estos y nos provoca hacer las cosas como ellos las hacían, seguir las huellas de los que vivieron en santidad. Cuantos de nosotros tienen, no solo uno, sino varios, “santo de devoción”, y hasta los hacemos nuestros, “mi santo”. Les amamos, les pedimos intercesión, y somos testigos de cuanto bien nos hacen.
Pero ¿y yo? ¿Qué estoy haciendo en mi vida? ¿por dónde estoy transitando? ¿sigo las huellas de quien y para qué? Si el Señor me ha dotado de dones ¿Qué he hecho con ellos? ¿acaso los he enterrado?
Dios no es un Dios mudo, es un Dios que habla, lo hace en el silencio de un mendigo, en el llanto de un bebé, en la mirada de un joven sumido en la droga, en el dolor de una madre que pierde a sus hijos. y yo ¿Qué tan atento estoy al clamor del Señor? No me ha dado oídos de goma, ni unos ojos de vidrio, me ha invitado a seguir sus huellas, me las presenta en el camino ¿hasta cuándo voy a seguir huyendo a la llamada que Dios me hace de servirle en el que necesita? Tanto que Dios me ha dado y ¿Dónde lo he dejado?
Señor, no quiero ser uno más de los que se hace la vista gorda, de los que se muestran indiferentes, de los que caminan por la vida sin importar el prójimo, no quiero ser de ese montón, quiero ser del montón de los que viven en santidad, del montón de los misericordiosos, de los que atreven a amar con algo más que con palabras, quiero ser santo con la santidad del Padre.
Tú me has llamado a ser tu embajador, dame la gracia de desgastar mi vida por amor, para que junto a muchos pueda encontrar la vida eterna, haciendo camino juntos a la par, para así, vencer toda tempestad que se nos venga encima. Que mi vida, nuestra vida, sea como la de otros tantos que nos han precedido, una prueba de que, si es posible vivir en santidad, que no es un sueño imposible.
Jesús ha hecho una llamada a seguirle, el seguimiento es un camino a la santidad, muchos dejaron sus redes, sus pertenencias, sus familias, sus pueblos, sus países, y nos han dejado caminos ya transitados con rumbo al Padre, y nosotros aquí estamos, mirando esas huellas, las huellas de Jesús, las huellas de los primeros discípulos, las huellas de tantos santos de todas las épocas y de todas las naciones.
¡Santos, ser santos! Parece imposible, más tantos han alcanzado llegar a la meta, entonces a ponernos en camino siguiendo las huellas de Jesús, las huellas de tantos, que podamos dejar también las huellas marcadas para que quienes vienen detrás de nosotros puedan transitar por el camino de la santidad de los hijos de Dios.



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